miércoles, 29 de julio de 2009

Descontrol

Embadurnadas de fragancia, las calidas palmas de sus manos acarician mi espalda. Se precipitan desde mis hombros hasta el final de mi dorso descubierto, tratando de delinear una serpiente, para volver a subir lentas y apretadas por mis costados. He prometido no volver a sucumbir. Pero sus manos vuelven a perfilar mi espalda, mis pensamientos acallados quieren que la punta de sus dedos rocen ligeramente mi pecho, quieren que se adentren tenuemente por mi falda. Despierto un traidor deseo que me ahoga. Huelo su torso desnudo y mi cuerpo se estremece. Sus manos suben, bajan, se deslizan y mi deseo se descontrola. Deseo que me aprieten más y más, que se muevan mas profundas y rápidas, necesito que sus manos me digan que el también esta descontrolado.

martes, 28 de julio de 2009

Pintando un lienzo

Su cuerpo estaba sobre la toalla, tumbado en el fondo de la playa; había buscado la mayor intimidad que aquella playa desnuda le podía otorgar.
Brillaba al sol, solo cubierto por una pequeña gorra blanca, que apenas si podía hacer sombra a sus ojos escondidos tras aquellas gafas de cristales oscuros. Esos espejuelos opacos y una barba abandonada de tres días le concedían cierto aspecto perverso, tan lleno de seducción que mirarlo podía cortar la respiración de la mente más calenturienta.
Su cuerpo dejaba que los intensos rayos de aquel sol de verano penetraran sin permiso y se pasearan por él atraídos por el color oscuro de su piel. Un intenso bronceado adquirido por varios días de buscar la tranquilidad de aquella playa de fina y discreta arena.
Los hombros eran tan anchos que engrandecían el principio de su espalda y le ayudaban a formar un pecho firme y duro que al perder anchura en la cintura definían un torso triangular, siempre cuidadosamente bronceado.
Tendido al sol lo único que movía, en una continua búsqueda de la más absoluta comodidad, eran sus piernas. A veces se encontraban paralelamente dobladas rompiendo la rectitud de su cuerpo acostado. Pero en ocasiones, inquiriendo en la pesquisa de su bienestar, las estiraba por completo postrándolas encima de la toalla. Era en este espacio de tiempo cuando dejaba ver su gran miembro dorado al sol. No caía entre sus piernas escondiéndose entre los voluptuosos muslos, sino que era como si hubiera decidido posarse encima de su pierna derecha, como si él también quisiera tumbarse con independencia al sol. Como si en aquella desnudez se encontrara libre y decidiera manifestarse al mundo. Luchaba por tener presencia, siempre escondido, era su oportunidad de mostrar su magnificencia. Se exponía vivaz y sin temor, tenía poder y lo sabía.